Un   lector de Perú - DD- me escribió preguntándome por qué en la Administración   Pública es más fuerte la resistencia al cambio.
          Esta   es una pregunta algo retórica, que da por sentado algo que habría que demostrar,   esto es que la resistencia al cambio es más fuerte en la AP que en otras   instituciones.
          Yo   dudo de esto y más bien pienso que los seres humanos pertenecientes a una misma   cultura nacional tienen, con las varianzas normales en una sociedad, la misma   poca o mucha resistencia al cambio, ya trabajen en la AP ya lo hagan en una   Empresa privada. La población de una misma cultura tiende a distribuirse en   porcentajes similares sobre un continuo que va desde una franca apertura a una   dura cerrazón, de acuerdo a como nuestras estadísticas de características   DISC  nos lo han demostrado. De acuerdo a   éstas el corrimiento va en el sentido D-I-C-S, siendo las personalidades D las   más abiertas y las S las más tradicionalistas.      
          Por   cierto se pueden observar, en una misma población, diferencias debidas a la   residencia en grandes ciudades o pueblitos periféricos, estando los habitantes   de las primeras más acostumbrados a experiencias variadas y resultando por tanto   más dispuestos a los cambios.
          Para   dar por sentado que los empleados en la AP son más resistentes que otros a los   cambios deberíamos suponer o bien que son en general originarios de pequeños   pueblos ( ¡ y -hipótesis absurda- todos S ! ) o bien que toda la franja de   población que ingresa a la AP- sea cual sea su origen -  está compuesta por personalidades de tipo S,   esto es que son todos precavidos tradicionalistas.
          Puedo   asegurarles que no es así. En nuestros estudios de personalidades en la AP, en   diferentes lugares, hemos encontrado que la población está dividida en varios   tipos, igual que en cualquier otra actividad. Por otra parte también   personalidades de tipo diferente al "S" pueden volverse reacias a los cambios   que otros quieren imponer, ya porque no les convienen, ya por que tienen sus   propias ideas para imponer.
          Sin   embargo es posible que DD tenga una buena parte de razón en su afirmación. El   hecho es que, en muchas de las AAPP, hasta los que usualmente son más abiertos a   los cambios  tienen bastantes motivos   para oponerse a ellos. 
          Las   AAPP, con contadas excepciones, consiguen hacer mal hasta las cosas que sería   más fácil hacer bien.
           Esto no sucede así por razones   constitucionales. En el Siglo XIX  - que   puede ser considerado el inicial de la gran organización burocrática - muchas   AAPP fueron modelos de eficiencia, valga citar a Francia, Austria y Gran   Bretaña. El Siglo XX, por el contrario, ha hecho frecuentemente de las AAPP un   gran calderón en el que se mezclan expertos administradores con desocupados en   tránsito y beneficiarios de prebendas políticas.
          En   este heterogéneo empaste los segundos jamás tienen una motivación que no sea su   interés personal - el consabido cuidar la quintita - y los primeros  pierden rápidamente la suya ante la   imposibilidad de mover al elefante.  A lo   largo de los años hemos conocido en la AP a funcionarios que trataban de   desarrollar sus tareas con el mayor empeño, a pesar de saber de la inutilidad de   sus esfuerzos, y otros que daban parte de enfermo tres de cada cinco días, sin   que nadie se atreviera a protestar. Los empeñosos aguantaban  hasta que eran despedidos o tenían que   rendirse a la inoperancia general. Los enfermizos muchas veces ascendían en la   carrera. ¡Sería interesante averiguar cuántos Ministros para la Reforma del   Estado han fracasado en su objetivo!     
          No   se trata entonces siempre y sólo de resistencia al cambio, sino de falta de   motivación. La motivación es el motor que todo lo activa y su falta el freno que   todo lo bloquea. Si las AAPP se ocuparan algo más de este tema verían sus   inversiones multiplicarse en beneficios. 
          En   realidad los empleados de las AAPP oponen la resistencia a los cambios que creen   que pueden perjudicar sus privilegios o seguridad. Por ejemplo, cambiar los   procedimientos habituales y bien conocidos utilizados para realizar una tarea   puede representar un riesgo o una incomodidad. ¡Entonces es mejor no cambiar! 
          Cuando   ellos se preguntan qué ganancia sacan con cambiar, es probable que se contesten   que ninguna, a pesar de las tentativas de complejas demostraciones desde arriba   de la jerarquía. Nada los motiva a cambiar. Sería oportuno que las autoridades   que quieren introducir cambios, antes de imponerlos, hicieran una lista de qué   van a ganar los "operadores" a lo largo del camino. El "What's in it for me?" es   tan válido para el personal de la AP como para el de una empresa privada, aunque   esto con frecuencia no se tenga en mente. ¡Pretender que alguien cambie a su   exclusiva pérdida es desconocer las más simples realidades! 
          No   hay duda de que en la AP hay a veces grupos enquistados en nichos de poder que   sólo apuntan a conservar sus privilegios. Pero en estos casos las   responsabilidades son numerosas y no es éste el tema que nos ocupa, aunque tiene   mucha conexión con el nuestro.
          Éstas   consideraciones son  algo que salta a la   vista de cualquiera que observe el funcionamiento de una AP (¡olvidemos las AAPP   de algunos países soñados!). Pero, si analizamos el tema más a fondo, en lo que   nos permite la naturaleza de este Boletín, podemos hallar numerosos factores,   que operan en forma concurrente o alternativa para despertar   oposición:
          1)   No explicar adecuadamente en qué van a consistir los   cambios
          2)   Imponer los cambios desde arriba, sin convocar para su programación a los   involucrados
          3)   Imponer cambios caprichosos, sólo porque vino un nuevo   jefe
          4)   Falta de política adecuada de selección de personal
          5)   Política de ascensos, sueldos, premios y, en general, de motivación ausente o   incorrecta
          6)   Categorizaciones sin bases racionales
          7)   Remuneraciones mezquinas
          8)   Tratos descorteses o persecutorios
          9)   Asignación a individuos de tareas para las que no tienen ninguna   inclinación
          10)   Falta de fijación de objetivos claros y concretos
          11)   Órdenes y contraórdenes
          12)   Envidias, rencores, conflictos interpersonales y de poder
          Podríamos   seguir, pero está ya lo suficientemente claro que los factores de impacto   negativo son muchísimos. No son por cierto exclusivos de las AAPP. En muchas   Empresas Privadas son tan operantes como en aquéllas. Muchos directivos de   éstas, no teniendo - como no tienen - ninguna diferencia de naturaleza con los   de las AAPP,  incurren en sus mismos   errores y abusos. Puede esto resultar menos nocivo porque, en una entidad   privada, los directivos disponen de un mando más eficaz y amenazador y los   empleados enfrentan un peligro usualmente mayor de ser despedidos si se   rebelan.  Sin embargo todos, públicos y   privados, cuando ven a alguien que se muestra abúlico, lo culpan y critican, sin   preguntarse si la responsabilidad de esa abulia no se halla en algo que ellos   mismos hicieron o dejaron de hacer. Salvo patologías del sujeto de quien se   trate. ¡Pero éste sería otro discurso!