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Sistemas de Gestión y Recursos Humanos

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Boletín de Recursos Humanos - Número XVI

Inestabilidad e Inseguridad
(Psicología de la...)

por el Dr. Marino Milella*
 

Preguntas que causan discusiones: “¿Hay en nuestros días estabilidad en el trabajo, esto es alguna seguridad de conservar el puesto? ¿Esta seguridad es realmente una necesidad o se trata sólo de una extemporánea ocurrencia? ¿Un invento, ¡qué invento!- como canta Fígaro en el “Barbero”?

¿Qué sucede si no se le da importancia?

¿Quién se hace cargo de esto?

No creo decir nada de original si afirmo que el trabajo, como instrumento de subsistencia, está en peligro muy serio y que, de nuestra seguridad, o, mejor dicho, de nuestra inseguridad, poco le importa al desagradecido mundo. A las Empresas (una abstracción socio/económica/jurídica) les interesa la ganancia; a los managers les interesa la ganancia como base para su sueldo, carrera y bonus. Por tanto, si hay que despedir a los empeados para aumentar las utilidades (y el bonus), ¡despidos sean! Luego se verá. Si la demanda crece... ¡quizás...se puedan reincorporar...por contrato a término!

Downsizing, upsizing, robotización, reducción, racionalización, jubilación anticipada, retiro voluntario. Éste es el nuevo vocabulario. Y “empleabilidad”. Hoy se habla de esto. No más de tener un trabajo fijo sino de ser “empleables”, de tener competencias para ser quizá contratados acullí y acullá. Si creyéramos en ello y considerásemos la empleabilidad como sinónimo de seguridad podríamos quedarnos felices y contentos.

Sé que muchos managers objetarán: “No podemos hacer otra cosa. Debemos sacrificar a unos para no sacrificar a todos. Las órdenes vienen de arriba”.

¡Tendrán razón! Pero ¿qué contestaría un médico a quien le dijera que no hay que dejar de fumar porque hay millones de trabajadores en la industria del tabaco? No hay duda de que levantaría sus ojos al cielo y repetiría que fumar hace daño. Igual que la inseguridad. Y las ametralladoras. ¡ Hacen daño!

Un tiempo los problemas eran causados por el paternalismo, la relativa impermeabilidad de las culturas y la escasa competición en los mercados. Hoy los problemas se atribuyen a la globalización y la competición despiadada.

Sin embargo no falta –para los que lo sepan y lo quieran ver- el aspecto positivo: ¡quién investiga los problemas de la economía globalizada tiene mucho trabajo!

Yo entiendo poco de política y economía y no quiero emitir juicios de esta naturaleza sobre lo que sucede. Demasiado complejo. Quienes de esto saben mucho lo dicen todo y su contrario, como para confirmar que los economistas están para que se llenen de orgullo  los meteorólogos.

Dejemos entonces economía y política e intentemos observar el efecto psicológico de la inestabilidad -y de la inseguridad que de aquélla se deriva- sobre los comportamientos de las personas.

¿Por qué trabajamos?

 “¡Que pregunta tonta! Para sobrevivir..,” responderán Uds., “…como lo decía el apóstol: Quien no trabaja no come“-.

Felicitaciones.., ¡si todavía se creen esta patraña!

“Para asegurarnos el presente y el futuro” podrían agregar, “como la hormiga”.

Es cierto, tienen Uds. razón.

Es cierto. Pero podríamos ahondar un poco. En realidad trabajamos para huir del dolor. Así como comemos para evitar los retorcijones del hambre.

¿Se están riendo de mí? ¿Dicen Uds. que comemos para sobrevivir porque es un impulso natural, no para huir del dolor?

Con seguridad, a nivel de especie y con nuestra (con)ciencia de adultos sabemos que es así. Pero el recién nacido que chupa la teta o el dedo, él, individuo y no especie, chupa porque le duele el estómago y en sus células está inscripto que tiene que chupar cuando siente un apretón allí abajo.

Así hemos empezado todos. Ahora, ya adultos, sabemos que, si no comemos, nos morimos. Pero el nuestro es un saber intelectual mientras el  del niño es un comportamiento instintivo (específico de la especie, si queremos dejar de lado una palabra poco científica como “instintivo”): él no sabe que se morirá si no come, no sabe nada. Intenta escaparle al dolor de la única manera que su organismo “conoce”: succionando lo que le ponen cerca de la boca.

Para rehuir del dolor hay que comer, y para comer hay que trabajar (un concepto amplio, es sabido, algunos trabajan tendidos al borde de la pileta o sudando en la cancha de golf).

El trabajo empieza con la succión del recién nacido, se vuelve especializado cuando el niño aprende a abrir la puerta de la heladera y se perfecciona cuando el adulto redacta un proyecto industrial.

No tengo dudas de que, sin esta explicación, si a alguien se le hubiese ocurrido ir a explicarles que preparan Uds. un proyecto industrial para rehuir del dolor, le habrían sugerido internarse en un manicomio.

¡Tal vez Uds. todavía lo piensen, a pesar de la explicación!

Sin embargo una modesta demostración va a ser suficiente. ¿Qué sienten Uds. cuando  comen? ¿Qué sienten cuando son despedidos?

Me remonté a los orígenes de la existencia individual para destacar que la necesidad de seguridad es algo tan intrínseco a los seres vivientes que no puede ser eliminada con un gesto de desdén, una leycita ad hoc, tres palmadas en la espalda o ingeniosos neologismos.

La inseguridad nos produce tanto dolor –o tanto miedo de sufrirlo- porque pone en riesgo el acceso a los elementos necesarios para la supervivencia y el desarrollo.

La inseguridad nos hace sentir abandonados y alejados de la posibilidad de tener un espacio nuestro, de conseguir alimentos, reparo, descanso y sexo. Nos sujetamos a innumerables fatigas para evitarla: vamos a la escuela, a la Universidad, logramos diplomas, buscamos un trabajo. Le tenemos tal terror que no nos sentimos nunca bastante a salvo y seguimos  toda la vida tratando de no enfrentarla. ¡Bien lo saben y se aprovechan las compañías de seguro!

Todo lo que hacemos tiende a buscar seguridad. Les parecerá a Uds. sin duda ajeno al concepto de seguridad el hecho de bordar un mantel con hilos de oro. Más ajeno aún y, todo lo contrario, opuesto a la seguridad, les parecerá dedicarse a escalar  montañas o tirarse con paracaídas. Sin embargo estos comportamientos tienen un vínculo muy estrecho con la seguridad, igual que el que tiene un vaso de geranios florecidos y coloreados con nuestros balcones.

La mujer que borda o riega sus geranios, el andinista que escala las rocas o el paracaidista han sido educados (modelados/condicionados), por personas por ellas reputadas importantes y significativas, a construir una imagen de sí que convoque respeto, cariño, admiración, ingredientes necesarios para ganar dinero y alcanzar seguridad. El que es querido, apreciado o reverenciado consigue los bienes necesarios con más facilidad que quien no lo es.  Bordar o escalar montañas son acciones útiles para construir una imagen positiva y ser apreciados, así como en ciertos casos pueden serlo el fumar la pipa, dejarse la barba, vestirse de gris o ponerse cualquier otra “máscara” que sea bien considerada por un particular grupo o sociedad.

Podemos ahora darnos cuenta de que la estabilidad en el trabajo o seguridad del propio empleo es no sólo una necesidad –verdad de Perogrullo- sino una necesidad tan fuerte como para determinar el rumbo de nuestra vida.

Pero, ¿cuál es el contenido mínimo de este concepto? ¿En qué consiste la seguridad?  ¿Cuáles son las cosas de las que no podemos hacer a menos para no sentirnos mal?

¿Puede definirse como seguridad el “tener alimentos suficientes para la jornada”, como lo sostenía una añeja teoría económica, o hay que incluir algo más?

Desde la perspectiva –si bien artificiosa- de los dos planos de “naturaleza y cultura” observamos que, ya en la naturaleza, los organismos vivientes seleccionan ambientes en los que sea posible comer hoy y mañana, moverse, descansar y reproducirse. 

La especie humana, que ha inventado la cultura (cuando estaba en un momento evolutivo a mitad de camino entre el mono y el hombre) necesita de todo esto y de unas cuantas cosas más que –lo tiene aprendido- son necesarias para ser felices: teléfonos y celulares, automóviles y televisores, ordenadores, vacaciones de lujo, poder, amor y así siguiendo.  

En realidad no es la “especie humana” la que necesita todas estas cosas, sino los hombres individualmente. La especie –tenía quizá razón la añeja teoría económica- necesita poco, lo mismo que cualquier otro animal: un poco de verduras, algo de carne y nueces, agua, sol y una cueva. Los individuos, por el contrario, han aprendido a necesitar mucho más. Y los maestros de esta enseñanza –los que nos han enseñado a desear chocolate porque nos lo dieron a probar o a desesperarnos por una cuatro x cuatro porque la muestran como señal de conquista o poder-  son los mismos que nos dicen que tenemos que trabajar (trabajen, trabajen, trabajen) para comprarlos. Pero después, cuando queremos trabajar, nos dicen que hoy quizás, mañana no se sabe. Tal vez no sean las mismas personas, o tal vez sí, pero esto no importa.

Un director de RRHH de una de las Fortune 500 me ha escrito que ha leído una noticia interesante en la importante revista médica Lanciet. Según el artículo, un eminente neurólogo del  Instituto Carelinska de Helsinki acaba de descubrir que la ablación (eliminación) de la parte central de la substancia nigra y del borde inferior del cíngulo en los hemisferios cerebrales no causaría otro efecto que la pérdida de la noción temporal de “futuro”, dejando intacta la función de orientación temporal en el presente. Esto –según los investigadores- sería un resultado extraordinario, porque eliminaría toda preocupación y ansiedad respecto de lo que pudiera traer el mañana.

Mi amigo no sabe si las autoridades del Federal Work Committee autorizarán un programa de adhesión (voluntaria, por supuesto) a la ablación. Sostiene que puede traer notables ventajas competitivas en cuanto los ablados se sentirían mucho más felices que el resto de los empleados y trabajarían con mucho más entusiasmo.

Me gustaría que mis lectores me hicieran saber qué piensan al respecto.

Hasta la próxima

Marino Milella

Escríbanle a Marino: mmilella@counsnet.com


* El Dr. Marino Milella es Doctor en Psicología Clínica, Abogado. Especialista en Asesoramiento Jurídico de Empresas (U.B.A.), ex- Profesor de Derecho Comercial (U.B.A. y M.S.A.) y Profesor invitado de Psicología de la Conducta, Master Trainer the Trainers de Carlson Learning Co. MN. U.S.A, Miembro de la A.A.B.T. (American Association for Advancement of Behavior Therapy), Investigador en Psicología de la Conducta Individual y Organizacional, Consultor de Empresas en Sistemas de Gestión de Recursos Humanos y Docente de la Dirección Nacional de Formación Superior del Instituto Nacional de la Administración Pública (I.N.A.P.)

 
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