Escribir que las emociones deberían ser tenidas más en cuenta en el ámbito   laboral es una afirmación que los escépticos considerarán, con buenas razones,   excéntrica y poco merecedora de consideración. No puedo criticarlos. Ellos   poseen un sentido muy práctico y realista de lo que ocurre en oficinas y   talleres, públicos y privados. Sin embargo puede intentarse algo para mejorar la   situación.
          Antes que nada veamos de qué estamos hablando. Básicamente, “emociones” son   lo que nos mueve, bien hacia algo bien en contra de algo. Si me gusta la sal, me   acerco al salero; si me disgusta la grasa, la aparto con el cuchillo. En suma,   son nuestro motor. No haríamos nada si alguna emoción no nos impulsara.
          Pasamos la vida moviéndonos hacia o en contra de algo. Tenemos gustos y   disgustos, antipatías y simpatías, interés y desinterés, amor y odio, placer y   displacer, miedo y deseo, rencor y cariño.
          Además, siempre, aunque no nos demos cuenta, acabamos haciendo aquello a lo   que nos llevan las emociones. ¿Piensan que no? ¿Que a veces actúan en contra de   sus deseos y se ven obligados a hacer aquello que les disgusta? ¿Que preferirían   estar en la playa a estar doblados sobre papeles en la oficina?
            Es cierto.   Esto ocurre. Pero, cuando hacen aquello que les disgusta, lo hacen porque, de no   actuar así, les ocurriría algo que les disgustaría aún más. Puede disgustarles   ir a trabajar. Pero, de no ir a trabajar, se quedarían sin plata y no podrían   comprarse siquiera un trozo de pan, algo que usualmente les disgustaría más que   ir a trabajar. Y así sucede con todas las cosas que hacen a diario. Debajo de   todas hay una emoción que tiene más fuerza que otras y ésa es la que los   empuja.
          Espero que haya quedado en claro que todas nuestras actividades, en casa, en   la calle, en el club o en el lugar de trabajo, se deben a las emociones. En   consecuencia habría que darles más importancia.
          ¿Saben Uds. descubrir las emociones en los demás y manejarlas   adecuadamente?
            ¿Se dan cuenta de cuándo el ocupante del escritorio de al lado   está aburrido y preferiría desarrollar otra tarea que aquélla que le han   encargado o está triste y querría unas palabras de consuelo?
          Hay quienes tienen esta capacidad de detectar los estados de ánimo y quienes   no, aunque estos últimos estén siempre convencidos de lo contrario. 
            Las   mujeres son más capaces que los hombres. Esto resulta obvio para cualquier   observador. Además ha sido verificado en numerosos experimentos. Las mujeres, en   general (está bien, ¡no todas!), perciben con alguna facilidad los estados de   ánimo, desde la felicidad a la tristeza, desde el miedo al enojo. Están más   atentas a las expresiones, al tono de la voz, a los gestos y las posturas.
          Una curiosa e imprevisible consecuencia de la mayor capacidad natural de las   mujeres para percibir las emociones es que cuando no la ponen en práctica son   juzgadas mucho más severamente que los hombres.
          Los empleados que tienen jefes hombres dan relativamente poca importancia al   hecho que éstos no se preocupen por sus problemas emocionales, y no toman   demasiado en cuenta esa carencia. ¡Por cierto esto tiene límites y no se aplica   a casos de desconocimiento extremos como sería un jefe que exigiera que el   empleado fuese a trabajar con cuarenta grados de fiebre o el día del funeral de   un familiar cercano!
          Por el contrario, las mujeres que ejercen posiciones de jefatura son   puntillosamente criticadas cuando no se comportan de acuerdo con lo que es   considerado conveniente a su condición femenina, si actúan como hombres duros y   prestan poca atención a las emociones de sus empleados.
          En conclusión: 
            Amigas: si quieren portarse como hombres, tengan cuidado.   No se las va a evaluar bien si se olvidan de su femineidad en lo que hace a la   comprensión y dulzura que se espera de su sexo.
            Amigos: no se hagan los   machos duros e indiferentes. Abran los ojos y empiecen a entender que una mirada   triste debe ser interrogada y ayudada, no tomada en burla. ¡No sean sordos y   ciegos! No se crean que mostrarse fríos y despiadados para demostrar eficiencia   tendrá efectos positivos. Eso sucederá solamente en circunstancias excepcionales   de emergencia. En los tiempos normales el caudillo feroz es apreciado por pocos   y suele terminar mal…
          Estos consejos valen, por cierto, sólo si les interesa que colegas y   subordinados los evalúen bien, ya sea en un formulario de diagnóstico   organizacional ya sea en su fuero íntimo. Y ser evaluados bien no es algo que   ataña sólo a un sentimiento de satisfacción personal. Tiene mucho que ver con la   productividad de las personas que Uds. tienen a su cargo.