| Tercera parte(Ver Primera Parte)(Ver   Segunda Parte)
   Los cuatro “tipos” mencionados se comportan,   en condiciones normales, como es esperable que se comporte en general todo   miembro del grupo, esto es que el D decide cuando se supone que debe decidir, el   I se explaya en un  discurso cuando se   cree que lo hará, el C se queda serio cuando otros ríen y el S ayuda cuando   otros tal vez se burlan de su espíritu altruista. Por “normalidad” de las   condiciones me refiero a la regularidad de los factores externos al individuo.   Esta “normalidad” es evaluable desde un punto de vista sociológico y otro   psicológico. Desde el sociológico se determina por comparación de las   condiciones en que vive y actúa un individuo y aquéllas en que lo hace el grupo   al que pertenece. Si  hay  parecidos o coincidencias, hay   “normalidad”. Si el grupo más influyente sobre el individuo   respeta la legalidad, la normalidad    consistirá para él en respetarlas; si el grupo está conformado por   transgresores, la normalidad será transgredir. Dejo a un lado posibles   discusiones sobre conflictos entre normas de distintos grupos, sea aquéllos en   los que el  individuo se desenvuelve –   por ejemplo ir al club los domingos con los amigos o quedarse en casa con la   esposa - o aquéllos a los que mira como modelos, por ejemplo el hijo de un   pastor calvinista que quiera imitar las actitudes de una estrella del   espectáculo. Desde el punto de vista psicológico el concepto de   normalidad externa requiere comparaciones entre el presente y el pasado   individual, entre lo que el individuo hace hoy    y  las costumbres que  mantuvo con anterioridad, más o menos   permanentemente. Si creció viajando en primera clase, esto se ha constituido   en  parte de“su” normalidad. Si se las   arregló con una tajada de jamón y un brasero para calentarse, esto es parte de   “su” normalidad. Si creció rodeado de personas que hacían caso a todos sus   caprichos o por el contrario nunca logró que nadie lo escuchara, estas   circunstancias serán también parte de su normalidad.  Este concepto de “normalidad” de la situación   depende también  mucho de las sensaciones   individuales: no todos tienen frío a la misma temperatura. Cabe por tanto   preguntarse cuál será el momento en que un individuo advertirá los cambios como   ya intolerables y se sentirá forzado a hacer algo al respecto. Hablamos por   supuesto de cambios que sean considerados negativos por el interesado aunque   otros juzgaran que no lo son. Escapar de las tribulaciones de la política podría   para alguien como Cincinato ser una felicidad, pero difícilmente lo sería para   un propagandista partidario.  Por lo que aquí nos concierne la pregunta   puntual es sobre el  momento en que   alguien podrá ceder a la tentación de meter la mano en la lata, dando por   supuesto (aunque esto sea una mera ficción) que los riesgos inherentes de ser   descubiertos son iguales para cualquiera en igual   situación. Este momento puede aparecer en ocasión de   presentarse distintos niveles de necesidad. Unos sufren la necesidad y meten la   mano en la lata cuando están apretados por la falta de pan y agua. Otros se   angustian y buscan remediar el problema cuando no pueden  diariamente ofrecer a sus amigos champaña y   caviar. Es una cuestión de apreciación subjetiva. Todo depende de la disposición   que cada uno tenga para abandonar principios en los que alguna vez creyó y  correr algún riesgo. Y esta decisión sí   depende de las tendencias de personalidad.    En realidad tampoco es necesario que los mutantes “abandonen” los   principios. Pueden seguir creyendo en ellos y actuar en forma  contraria, sintiéndose justificados por su   “estado de necesidad” o minimizando la importancia de lo que están haciendo. Es   fácil decir que lo que se robó no valía mucho o no afectó a nadie o que los   demás son los verdaderos ladrones. El hecho irrefutable de que hay personas que roban   por costumbre, sin que existan caídas en su nivel de vida y a pesar de tenerlo   todo, no invalida lo dicho. Sólo lleva a investigar en el  pasado y no en el presente la causa que en   algún momento empujó al sujeto a malandanzas. ¡Una vez que le salió bien y   contrajo el vicio, éste, como todo vicio, es difícil de abandonar!   Este tema de las tendencias de personalidad   no implica en absoluto que nazcamos con la marca de ladrones o santos en la   frente al estilo de la Z de Zorro. Se trata de tendencias que se van adquiriendo   a lo largo de la vida y que pueden inclusive modificarse. ¡Aunque   cueste! Desde el momento del nacimiento estamos todos   sometidos a un programa de culturalización: desde la programación de la comida a   la introducción de prohibiciones que empiezan con el primer “no” y el primer   “chirlo” sobre   la mano; desde “esto se hace así” y “papá lo dice” al alineamiento en los bancos   de escuela y la aplicación de sistemas de evaluación. En este entramado de regulaciones, en esta   interrelación individuo/ambiente, todos (casi todos) terminamos por elegir un   camino para sobrevivir, tratando de obtener las mayores gratificaciones y   escapar de los peores castigos. Se logra en general un compromiso entre lo que   uno mismo quiere y lo que los otros quieren, en algunos casos desbalanceado a   favor de uno, en otros a favor de los otros.  La elección no es por lo general resultado de   un proceso consciente, particularmente en la etapa infantil de formación.  Cuando un niño obtiene lo que desea sobre todo a   fuerza de gritos e imposiciones desarrolla el tipo de personalidad que definimos   “D” o Dominante. Cuando lo logra con morisquetas y gestos de simpatía desarrolla   el tipo “I” o Influyente. Si fatiga poniendo la mesa y arreglando su cuarto será   un Servicial “S”. Si se quema las pestañas para sacarse la mejor nota o se dobla   la espalda para aprender a tocar “Para Elisa” a los seis años será quizás   un  Concienzudo “C”. Lo que importa   subrayar es que, una vez que el niño se da cuenta de que hay un “método” para   que le hagan caso, lo utiliza cada vez que tenga la oportunidad. El D se   acostumbra a mandar con fuerza, el I a seducir, el S a ayudar y ser bondadoso,   el C a hacerlo todo en forma prolija.  Los D y los I establecen su control sobre el ambiente al bajo costo   de gritos o sonrisas y el arriba mencionado desbalance entre lo que ellos   quieren y lo que los otros quieren se produce a su favor. Los S y los C pagan   más caro para su supervivencia y deben “hacer mérito” o ajustarse a   requerimientos ajenos, los que pueden ser expresiones de deseos de personas en   carne y hueso - “ven aquí y ayúdame con esta tarea”-  o exigencias sociales abstractas del tipo   “respeta la propiedad ajena”. El desbalance entre lo que uno quiere y  lo que los otros quieren es, para ellos, en   contra. Sin hacer distinciones demasiado sutiles   podríamos afirmar que, inicialmente, “lo que los otros quieren” es  “culturalización” y “lo que uno quiere” es el   conjunto de impulsos naturales. Al imponerse sobre el ambiente, los D y los I   aprenden a “utilizar” las normas como algo instrumental. Ellas sirven sólo si,   en su exclusiva opinión, resultan buenas y si de algún modo los satisfacen. De   otro modo “están hechas para los demás”, a veces “para los tontos”. Si no les   vienen bien las violan o las cambian. No quiere esto decir que las finalidades   del D o el I sean malvadas. Los cambios pueden tener razones de peso y   significar notables mejoras y avances. Por el contrario, para el S y el C la   “observancia” de las normas es lo que comúnmente permite sus éxitos. Cumplir con   ellas llega a ser en sí un objetivo. Las cosas deben hacerse de acuerdo a lo   establecido. Ellos se han especializado en esto; y, por esto, son estimados y   “alimentados”. La violación de las reglas no es tolerable y sólo una gran   necesidad, unánimemente advertida, racionalmente demostrada y experimentada,   puede permitir una derogación o un cambio. Lo dicho debe por supuesto interpretarse con   elasticidad, en cuanto nos encontramos con tendencias y no con reglas de   conducta absolutas e inflexibles. No ocurre que los D y los I se la pasen   siempre desconociendo las reglas y que un S o un C no sepan nunca percibir que   hay que desconocerlas o variarlas. Se trata en realidad y solamente de   probabilidades desiguales para los distintos grupos. Cuando las papas queman el primero que se las   ingenia para violar las reglas y meter la mano en la lata es el más rápido y más   atrevido. Es nuestro amigo afecto por ansias de poder, el D, proclive a aplicar   sus propias reglas, sobre todo la que  lo   coloca por arriba de los demás. Dirán Uds. que hay algo de omnipotencia en esta   actitud. Así es. Todo D se siente bastante omnipotente o, por más que no lo   sepa, mucho más que un S, de por sí mas humilde. El I tiene ciertos escrúpulos frente al peligro de   ser descubierto y pasar vergüenza. Pero es un sutil manipulador y confía en su   habilidad de engañar, por tanto pronto toma la decisión de actuar en su personal   e ilícito beneficio. El S teme. Y teme no sólo pasar vergüenza   sino perder el cariño y el sustento de todos los que lo rodean. Duda sin cesar,   se resiste al riesgo, pero, ante una gran necesidad, al final se resuelve a   tomar lo que no le corresponde. Puede ayudarlo en esto no actuar solo sino   contar con cómplices bien decididos. ¡El C! El C no puede violar las reglas. ¡Se   alimentó con ellas, son su vida! Violar las reglas es violarse a sí mismo, en el   sentido material del término. Tardará y tardará. Sólo cederá cuando no pueda a   menos, cuando esté en juego su vida. No crean con esto que un C es siempre una   garantía. Si las reglas que el respetó toda su vida fueron las del perfecto   estafador.., les dejo imaginar las consecuencias.  Pero..¿ no hay nadie   que se resista siempre? ¿Dónde están los mártires, los  héroes, los   incorruptibles? No puedo abrir aquí   este interesante tema. Sólo les diré que ellos no pertenecen probablemente a las   filas de las personas normales y su examen debe reenviarse a otro   lugar. Ecucho ya el clamor de mis lectores que se   reconocen con características D o I y se encuentran – a pesar de un   comportamiento siempre límpido, “impoluto” les gustaría quizás decir - tildados   de  potenciales deshonestos.  ¡No teman! Pueden llegar al último día de su   vida sin cometer ningún acto deshonesto y ser tenidos en alta estima por la   sociedad. El hecho es que sus características los ubican en una posición de   menor resistencia a las tentaciones en comparación con personas de otros   estilos. Es el “precio” (?) que pagan por disponer de otras   ventajas. Cada uno de nuestros grupos incorpora   –“introyecta”, dirían algunos- los valores de la sociedad en que vive y cada uno   de los miembros del grupo los respeta y defiende todo lo que puede. Algunos   “pueden” más y otros menos. Para algunos la incorporación de valores es hasta   las vísceras; para otros es a nivel muscular o sólo epidérmico. Muchos somos   honestos porque no podemos ser lo contrario. Como decía La Rochefoucauld   “no  es siempre por valor y por castidad   que los hombres son valerosos y las mujeres castas”. El mito del gran ladrón o   el gran estafador ha representado frecuentemente un modelo de idealización en   novelas y películas.   En una investigación que hemos recién comenzado   y  no es aún en absoluto significativa,   personas bajo proceso por estafa, testeadas, han revelado siempre prevalecientes   características D o I,  resultado que   conforta la tesis que estoy sosteniendo. No dejaré de hacerles conocer los   resultados finales. Volvamos a nuestro selector de RRHH. Los   anuncios que pone en los diarios suelen rezar “personas dinámicas, con marcado   espíritu de iniciativa y habilidad para establecer vínculos sociales”, “jóvenes   activos con capacidad de desempeñarse autónomamente”, “personas con vocación de   servicio al cliente y habilidades de comunicación”, “project leader con   capacidad de decisión e inclinación al trabajo en equipo” etc..Todas estas   características apuntan básicamente a los tipos D e I. Busquen, si tienen ganas,   un anuncio que diga “persona poco comunicativa, cautelosa, desconfiada y sin   deseos de hacer amigos”. Dudo de que encuentren algo siquiera lejanamente   parecido. Quiero señalar, por otra parte, que los   anuncios citados tienen como único resultado el de convocar a cualquiera con   cualquier característica, tanto poseedor de lo requerido como dispuesto a   simularlo.   Nuestras Empresas favorecen los tipos D e I.   En las decenas de miles de tests que tenemos archivados, las posiciones medio   altas y altas están ocupadas en un 90% por personas con prevaleciente tendencia   D o I, a veces unidas entre sí, otras acompañadas por una tendencia C igual o   inferior. A los S los encontramos en nobles actividades de voluntariado, de   servicio social, en enfermería o en comunidades menos salvajes que nuestras   junglas metropolitanas. Nuestro selector se verá seguramente en figurillas   si quiere el certificado de garantía de que, junto con esas competencias de   decisión, comunicación, sociabilidad y autonomía que requiere, los candidatos   traigan también una indudable honestidad futura. A lo sumo puede darse por   satisfecho con comprobar la pasada, viendo sus antecedentes. Ahora, ¿a quién le confiaría más su billetera   en la playa cuando quiera ir a darse un chapuzón? ¿A alguien muy seguro y   rápido? ¿Al que acaba de conocer y le contó varios chistes en pocos minutos? ¿Al   que sonríe tranquilo tras escuchar con paciencia sus dificultades para lograr un   alojamiento a último minuto? ¿Al que contesta con monosílabos y preferiría que   Ud. no interrumpiera su lectura, aunque cortésmente no lo da a   ver? Claro que cualquiera puede estar ahí cuando   Ud. vuelva. Pero si no es su vecino de carpa y es mucha plata y si Ud. se va a   alejar mucho y por mucho tiempo...¡Haga la elección! Ha llegado la hora de concluir. Por la   naturaleza de un “boletín” me he extendido sin duda demasiado, si bien no todo   lo que habría querido, por las numerosas e intrigantes derivaciones del tema.   Espero contar con su comprensión.  A esta altura, con los límites del caso,   deseo haber puesto en evidencia que: 1)    La palabra “deshonestidad”   indica sólo un comportamiento entre muchos otros comportamientos de las   personas. 2)    Indica un comportamiento y no   una cualidad o  “esencia” de la   personalidad. 3)    Indica un comportamiento normal,   no patológico. 4)    Grupos de personalidades de   diferentes características o tendencias tienen, comparadas entre sí, mayores o   menores probabilidades de realizar un comportamiento   deshonesto. 5)    Las personalidades con   características o tendencias preferidas por las Empresas para puestos de mando   son las que más tienen probabilidad de incurrir en comportamientos   deshonestos.   Espero sus comentarios Marino Milella  Escríbanle a Marino: mmilella@counselors.com.ar |