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Sistemas de Gestión y Recursos Humanos

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Boletín de Recursos Humanos - Número IX

Inquietudes sobre el tema de:
La Honestidad

Para especialistas en Recursos Humanos

por el Dr. Marino Milella*
 

Tercera parte

(Ver Primera Parte)
(Ver Segunda Parte)

 

Los cuatro “tipos” mencionados se comportan, en condiciones normales, como es esperable que se comporte en general todo miembro del grupo, esto es que el D decide cuando se supone que debe decidir, el I se explaya en un  discurso cuando se cree que lo hará, el C se queda serio cuando otros ríen y el S ayuda cuando otros tal vez se burlan de su espíritu altruista. Por “normalidad” de las condiciones me refiero a la regularidad de los factores externos al individuo. Esta “normalidad” es evaluable desde un punto de vista sociológico y otro psicológico. Desde el sociológico se determina por comparación de las condiciones en que vive y actúa un individuo y aquéllas en que lo hace el grupo al que pertenece. Si  hay  parecidos o coincidencias, hay “normalidad”.

Si el grupo más influyente sobre el individuo respeta la legalidad, la normalidad  consistirá para él en respetarlas; si el grupo está conformado por transgresores, la normalidad será transgredir. Dejo a un lado posibles discusiones sobre conflictos entre normas de distintos grupos, sea aquéllos en los que el  individuo se desenvuelve – por ejemplo ir al club los domingos con los amigos o quedarse en casa con la esposa - o aquéllos a los que mira como modelos, por ejemplo el hijo de un pastor calvinista que quiera imitar las actitudes de una estrella del espectáculo.

Desde el punto de vista psicológico el concepto de normalidad externa requiere comparaciones entre el presente y el pasado individual, entre lo que el individuo hace hoy  y  las costumbres que  mantuvo con anterioridad, más o menos permanentemente. Si creció viajando en primera clase, esto se ha constituido en  parte de“su” normalidad. Si se las arregló con una tajada de jamón y un brasero para calentarse, esto es parte de “su” normalidad. Si creció rodeado de personas que hacían caso a todos sus caprichos o por el contrario nunca logró que nadie lo escuchara, estas circunstancias serán también parte de su normalidad.

Este concepto de “normalidad” de la situación depende también  mucho de las sensaciones individuales: no todos tienen frío a la misma temperatura. Cabe por tanto preguntarse cuál será el momento en que un individuo advertirá los cambios como ya intolerables y se sentirá forzado a hacer algo al respecto. Hablamos por supuesto de cambios que sean considerados negativos por el interesado aunque otros juzgaran que no lo son. Escapar de las tribulaciones de la política podría para alguien como Cincinato ser una felicidad, pero difícilmente lo sería para un propagandista partidario.

Por lo que aquí nos concierne la pregunta puntual es sobre el  momento en que alguien podrá ceder a la tentación de meter la mano en la lata, dando por supuesto (aunque esto sea una mera ficción) que los riesgos inherentes de ser descubiertos son iguales para cualquiera en igual situación.

Este momento puede aparecer en ocasión de presentarse distintos niveles de necesidad. Unos sufren la necesidad y meten la mano en la lata cuando están apretados por la falta de pan y agua. Otros se angustian y buscan remediar el problema cuando no pueden  diariamente ofrecer a sus amigos champaña y caviar. Es una cuestión de apreciación subjetiva. Todo depende de la disposición que cada uno tenga para abandonar principios en los que alguna vez creyó y  correr algún riesgo. Y esta decisión sí depende de las tendencias de personalidad.  En realidad tampoco es necesario que los mutantes “abandonen” los principios. Pueden seguir creyendo en ellos y actuar en forma  contraria, sintiéndose justificados por su “estado de necesidad” o minimizando la importancia de lo que están haciendo. Es fácil decir que lo que se robó no valía mucho o no afectó a nadie o que los demás son los verdaderos ladrones.

El hecho irrefutable de que hay personas que roban por costumbre, sin que existan caídas en su nivel de vida y a pesar de tenerlo todo, no invalida lo dicho. Sólo lleva a investigar en el  pasado y no en el presente la causa que en algún momento empujó al sujeto a malandanzas. ¡Una vez que le salió bien y contrajo el vicio, éste, como todo vicio, es difícil de abandonar!

 

Este tema de las tendencias de personalidad no implica en absoluto que nazcamos con la marca de ladrones o santos en la frente al estilo de la Z de Zorro. Se trata de tendencias que se van adquiriendo a lo largo de la vida y que pueden inclusive modificarse. ¡Aunque cueste!

Desde el momento del nacimiento estamos todos sometidos a un programa de culturalización: desde la programación de la comida a la introducción de prohibiciones que empiezan con el primer “no” y el primer “chirlo” sobre la mano; desde “esto se hace así” y “papá lo dice” al alineamiento en los bancos de escuela y la aplicación de sistemas de evaluación.

En este entramado de regulaciones, en esta interrelación individuo/ambiente, todos (casi todos) terminamos por elegir un camino para sobrevivir, tratando de obtener las mayores gratificaciones y escapar de los peores castigos. Se logra en general un compromiso entre lo que uno mismo quiere y lo que los otros quieren, en algunos casos desbalanceado a favor de uno, en otros a favor de los otros.

La elección no es por lo general resultado de un proceso consciente, particularmente en la etapa infantil de formación.

Cuando un niño obtiene lo que desea sobre todo a fuerza de gritos e imposiciones desarrolla el tipo de personalidad que definimos “D” o Dominante. Cuando lo logra con morisquetas y gestos de simpatía desarrolla el tipo “I” o Influyente. Si fatiga poniendo la mesa y arreglando su cuarto será un Servicial “S”. Si se quema las pestañas para sacarse la mejor nota o se dobla la espalda para aprender a tocar “Para Elisa” a los seis años será quizás un  Concienzudo “C”. Lo que importa subrayar es que, una vez que el niño se da cuenta de que hay un “método” para que le hagan caso, lo utiliza cada vez que tenga la oportunidad. El D se acostumbra a mandar con fuerza, el I a seducir, el S a ayudar y ser bondadoso, el C a hacerlo todo en forma prolija.

Los D y los I establecen su control sobre el ambiente al bajo costo de gritos o sonrisas y el arriba mencionado desbalance entre lo que ellos quieren y lo que los otros quieren se produce a su favor. Los S y los C pagan más caro para su supervivencia y deben “hacer mérito” o ajustarse a requerimientos ajenos, los que pueden ser expresiones de deseos de personas en carne y hueso - “ven aquí y ayúdame con esta tarea”-  o exigencias sociales abstractas del tipo “respeta la propiedad ajena”. El desbalance entre lo que uno quiere y  lo que los otros quieren es, para ellos, en contra.

Sin hacer distinciones demasiado sutiles podríamos afirmar que, inicialmente, “lo que los otros quieren” es  “culturalización” y “lo que uno quiere” es el conjunto de impulsos naturales. Al imponerse sobre el ambiente, los D y los I aprenden a “utilizar” las normas como algo instrumental. Ellas sirven sólo si, en su exclusiva opinión, resultan buenas y si de algún modo los satisfacen. De otro modo “están hechas para los demás”, a veces “para los tontos”. Si no les vienen bien las violan o las cambian. No quiere esto decir que las finalidades del D o el I sean malvadas. Los cambios pueden tener razones de peso y significar notables mejoras y avances.

Por el contrario, para el S y el C la “observancia” de las normas es lo que comúnmente permite sus éxitos. Cumplir con ellas llega a ser en sí un objetivo. Las cosas deben hacerse de acuerdo a lo establecido. Ellos se han especializado en esto; y, por esto, son estimados y “alimentados”. La violación de las reglas no es tolerable y sólo una gran necesidad, unánimemente advertida, racionalmente demostrada y experimentada, puede permitir una derogación o un cambio.

Lo dicho debe por supuesto interpretarse con elasticidad, en cuanto nos encontramos con tendencias y no con reglas de conducta absolutas e inflexibles. No ocurre que los D y los I se la pasen siempre desconociendo las reglas y que un S o un C no sepan nunca percibir que hay que desconocerlas o variarlas. Se trata en realidad y solamente de probabilidades desiguales para los distintos grupos.

Cuando las papas queman el primero que se las ingenia para violar las reglas y meter la mano en la lata es el más rápido y más atrevido. Es nuestro amigo afecto por ansias de poder, el D, proclive a aplicar sus propias reglas, sobre todo la que  lo coloca por arriba de los demás. Dirán Uds. que hay algo de omnipotencia en esta actitud. Así es. Todo D se siente bastante omnipotente o, por más que no lo sepa, mucho más que un S, de por sí mas humilde.

El I tiene ciertos escrúpulos frente al peligro de ser descubierto y pasar vergüenza. Pero es un sutil manipulador y confía en su habilidad de engañar, por tanto pronto toma la decisión de actuar en su personal e ilícito beneficio.

El S teme. Y teme no sólo pasar vergüenza sino perder el cariño y el sustento de todos los que lo rodean. Duda sin cesar, se resiste al riesgo, pero, ante una gran necesidad, al final se resuelve a tomar lo que no le corresponde. Puede ayudarlo en esto no actuar solo sino contar con cómplices bien decididos.

¡El C! El C no puede violar las reglas. ¡Se alimentó con ellas, son su vida! Violar las reglas es violarse a sí mismo, en el sentido material del término. Tardará y tardará. Sólo cederá cuando no pueda a menos, cuando esté en juego su vida.

No crean con esto que un C es siempre una garantía. Si las reglas que el respetó toda su vida fueron las del perfecto estafador.., les dejo imaginar las consecuencias.

Pero..¿ no hay nadie que se resista siempre? ¿Dónde están los mártires, los  héroes, los incorruptibles?

No puedo abrir aquí este interesante tema. Sólo les diré que ellos no pertenecen probablemente a las filas de las personas normales y su examen debe reenviarse a otro lugar.

Ecucho ya el clamor de mis lectores que se reconocen con características D o I y se encuentran – a pesar de un comportamiento siempre límpido, “impoluto” les gustaría quizás decir - tildados de  potenciales deshonestos.

¡No teman! Pueden llegar al último día de su vida sin cometer ningún acto deshonesto y ser tenidos en alta estima por la sociedad. El hecho es que sus características los ubican en una posición de menor resistencia a las tentaciones en comparación con personas de otros estilos. Es el “precio” (?) que pagan por disponer de otras ventajas.

Cada uno de nuestros grupos incorpora –“introyecta”, dirían algunos- los valores de la sociedad en que vive y cada uno de los miembros del grupo los respeta y defiende todo lo que puede. Algunos “pueden” más y otros menos. Para algunos la incorporación de valores es hasta las vísceras; para otros es a nivel muscular o sólo epidérmico. Muchos somos honestos porque no podemos ser lo contrario. Como decía La Rochefoucauld “no  es siempre por valor y por castidad que los hombres son valerosos y las mujeres castas”. El mito del gran ladrón o el gran estafador ha representado frecuentemente un modelo de idealización en novelas y películas. 

En una investigación que hemos recién comenzado y  no es aún en absoluto significativa, personas bajo proceso por estafa, testeadas, han revelado siempre prevalecientes características D o I,  resultado que conforta la tesis que estoy sosteniendo. No dejaré de hacerles conocer los resultados finales.

Volvamos a nuestro selector de RRHH. Los anuncios que pone en los diarios suelen rezar “personas dinámicas, con marcado espíritu de iniciativa y habilidad para establecer vínculos sociales”, “jóvenes activos con capacidad de desempeñarse autónomamente”, “personas con vocación de servicio al cliente y habilidades de comunicación”, “project leader con capacidad de decisión e inclinación al trabajo en equipo” etc..Todas estas características apuntan básicamente a los tipos D e I. Busquen, si tienen ganas, un anuncio que diga “persona poco comunicativa, cautelosa, desconfiada y sin deseos de hacer amigos”. Dudo de que encuentren algo siquiera lejanamente parecido.

Quiero señalar, por otra parte, que los anuncios citados tienen como único resultado el de convocar a cualquiera con cualquier característica, tanto poseedor de lo requerido como dispuesto a simularlo. 

Nuestras Empresas favorecen los tipos D e I. En las decenas de miles de tests que tenemos archivados, las posiciones medio altas y altas están ocupadas en un 90% por personas con prevaleciente tendencia D o I, a veces unidas entre sí, otras acompañadas por una tendencia C igual o inferior. A los S los encontramos en nobles actividades de voluntariado, de servicio social, en enfermería o en comunidades menos salvajes que nuestras junglas metropolitanas.

Nuestro selector se verá seguramente en figurillas si quiere el certificado de garantía de que, junto con esas competencias de decisión, comunicación, sociabilidad y autonomía que requiere, los candidatos traigan también una indudable honestidad futura. A lo sumo puede darse por satisfecho con comprobar la pasada, viendo sus antecedentes.

Ahora, ¿a quién le confiaría más su billetera en la playa cuando quiera ir a darse un chapuzón? ¿A alguien muy seguro y rápido? ¿Al que acaba de conocer y le contó varios chistes en pocos minutos? ¿Al que sonríe tranquilo tras escuchar con paciencia sus dificultades para lograr un alojamiento a último minuto? ¿Al que contesta con monosílabos y preferiría que Ud. no interrumpiera su lectura, aunque cortésmente no lo da a ver?

Claro que cualquiera puede estar ahí cuando Ud. vuelva. Pero si no es su vecino de carpa y es mucha plata y si Ud. se va a alejar mucho y por mucho tiempo...¡Haga la elección!

Ha llegado la hora de concluir. Por la naturaleza de un “boletín” me he extendido sin duda demasiado, si bien no todo lo que habría querido, por las numerosas e intrigantes derivaciones del tema. Espero contar con su comprensión.

A esta altura, con los límites del caso, deseo haber puesto en evidencia que:

1)    La palabra “deshonestidad” indica sólo un comportamiento entre muchos otros comportamientos de las personas.

2)    Indica un comportamiento y no una cualidad o  “esencia” de la personalidad.

3)    Indica un comportamiento normal, no patológico.

4)    Grupos de personalidades de diferentes características o tendencias tienen, comparadas entre sí, mayores o menores probabilidades de realizar un comportamiento deshonesto.

5)    Las personalidades con características o tendencias preferidas por las Empresas para puestos de mando son las que más tienen probabilidad de incurrir en comportamientos deshonestos.

 

Espero sus comentarios

Marino Milella

Escríbanle a Marino: mmilella@counselors.com.ar


* El Dr. Marino Milella es Doctor en Psicología Clínica, Abogado. Especialista en Asesoramiento Jurídico de Empresas (U.B.A.), ex- Profesor de Derecho Comercial (U.B.A. y M.S.A.) y Profesor invitado de Psicología de la Conducta, Master Trainer the Trainers de Carlson Learning Co. MN. U.S.A, Miembro de la A.A.B.T. (American Association for Advancement of Behavior Therapy), Investigador en Psicología de la Conducta Individual y Organizacional, Consultor de Empresas en Sistemas de Gestión de Recursos Humanos y Docente de la Dirección Nacional de Formación Superior del Instituto Nacional de la Administración Pública (I.N.A.P.)

 
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