| Para   motivar a las personas debemos antes descubrir cuáles son las cosas que desean.   Se vuelve por lo tanto necesario llegar a conocerlas bastante bien. La   investigación requiere instrumentos adecuados. Una vez que se haya logrado el   conocimiento, hay reglas que sugieren cómo motivar a los distintos tipos de   personas.  Pido disculpas si aquí vuelvo a presentar algunos conceptos de un artículo   anterior, específicamente el Boletín 3. Pero es éste un tema que merece ser   ampliado y no lo podemos hacer si no repasamos y profundizamos algunas   consideraciones iniciales.Yo decía ahí que: "Para motivar a una persona   debemos conocerla bien, saber qué le gusta y qué le disgusta, cuáles son sus   preferencias y de qué cosas huye".
 De esta afirmación se desprende que el estudio de la motivación -en lo que   ahora nos interesa- se parte en dos ramas: conocer primero y motivar después,   conocer para poder motivar.Conocer las características de las personas -su   personalidad- puede ser juzgado por algunos una tarea bastante simple, por otros   un estudio complejo y difícil.
 Todo depende del grado de precisión que se   desee alcanzar y de lo que se pretenda hacer con ese conocimiento. Si la   finalidad es entablar una conversación con alguien sin molestarlo, será   suficiente un examen superficial (¡aunque a veces nos llevemos sorpresas por los   malentendidos!); si se pretende elaborar un sistema práctico de motivación, será   necesario ir más a fondo.
 Cuando no hace falta tratar con las miles de personas de una gran empresa y   se trata sólo con amigos íntimos o dos, tres empleados de un taller, algunos   opinan que conocer y motivar no representa ningún esfuerzo. Sería suficiente un   tiempito de atenta observación -dicen- haber cruzado unas palabras en privado,   tener "buen olfato", algo de experiencia de vida y "hete aquí que uno sabe   perfectamente de qué están hechos y qué quieren esos tíos".Este   procedimiento, olfativo y no demasiado técnico, de construirse una imagen de los   demás no es de por sí disparatado y es un método económico para enfrentar la   vida cotidiana. No todos tienen las ganas o el tiempo de dedicarse a estudios de   psicología, sociología, antropología o cuantos otros se ocupen del tema. No hace   falta. Desde el mismo nacimiento estamos sumidos en el intercambio social, en la   cuenta del dar y haber con los otros, y, en esta práctica, vamos adquiriendo   sensibilidad para reconocer a quienes nos rodean, lo que representa una dote   absolutamente necesaria para la supervivencia.
 Estamos bien entrenados a   tomarles las medidas a nuestros semejantes. En cada contacto con ellos, hasta   los que vemos a diario, evaluamos si están o no bien dispuestos hacia nosotros,   si se comportan como acostumbran hacerlo o se muestran diferentes, si podemos   confiar o no. Ante cualquier cambio quedamos extrañados y procedemos a   reevaluaciones. "¡No esperaba que me hicieras esto!" es una frase que define una   evaluación previa, un error y una reconsideración.
 Los procesos mentales con los que percibimos y juzgamos -esto es "nuestra   sensibilidad"- son el resultado de un complejo aprendizaje, experiencias   personales u observadas en otros, prejucios chupados con la mamadera o madurados   en el tiempo, análisis correctos o equivocados de datos verdaderos o falsos.   Pero esta sensibilidad es, por definición, subjetiva y limitada, por más que uno   se considere, o sea realmente, experto e inteligente. No es aconsejable   utilizarla como medida objetiva de evaluación cuando haya que cumplir con   responsabilidades profesionales y se requiera un conocimiento preciso sobre el   que hay que desarrollar y aplicar principios de motivación.¡Tengámolo   presente cuando intentemos evaluar vicios y virtudes de los demás desde nuestra   presumida posición de magos del alma!
 Si el conocimiento "empírico" ayuda pero no es suficiente, habrá que recurrir   a técnicas más sutiles y especializadas.Para obtener un conocimiento   cuidadoso les recuerdo que debemos antes que nada buscar lo que llamamos rasgos   fundamentales, algo así como las combadas patillas de un sargento inglés, que   podrían simbolizar presunción y formalidad, o los bigotes manubrio de un   sargento prusiano, que podrían sugerir disciplina y falta de sentido del   ridículo (o una propuesta fálica para los amantes del psicoanálisis).
 Así   como algunas particularidades físicas sugieren ideas bastante claras sobre sus   poseedores (contrariamente al dicho popular, la apariencia rara vez engaña),   también algunos comportamientos pueden resultar particularmente   significativos.
 En mi artículo anterior propuse analizar el ejemplo de un colega -llamémoslo   Juan- del que sólo se sabía que había apoyado un proyecto, comía abundantemente   y trabajaba con rapidez. Comenté que sólo de lo último -"trabajaba con rapidez"-   podíamos deducir datos sobre otras características, con probabilidades de   acierto. Ello a pesar de las frustradas tentativas de Kretschmer, Sheldon y   Eysenck de demostrar que los gorditos (pícnicos) son más vale alegres y, si son   también muy emotivos, se muestran inclines a la psicopatía y la delincuencia.   ¡De ser esto cierto podríamos estar convencidos de que lugares como las regiones   centrales de EE.UU., donde es hoy altísimo el porcentaje de obesos y obesitos,   están integrados en mayor parte por personas de buen humor y aspirantes a la   cárcel! 
           Del hecho que Juan trabajaba con rapidez yo deduje que era una persona poco   cautelosa, nada atenta a los detalles y enemiga de estar sin hacer nada. Quizás   objeten Uds. que fui demasiado lejos en sacar tantas conclusiones de un hecho   único. La objeción es seguramente válida, pero puedo afirmar que, como primer   acercamiento, estoy bastante cerca de la verdad.Para empezar sé que Juan,   por ese hecho de trabajar con rapidez, pertenece probablemente al   tipo de personalidad que la clasificación DISC define como   "dominante". Para confirmarlo deberé comparar las impresiones del   observador con las mías y ver qué cara tiene Juan, aunque esto pueda sonarles   extraño. Tendré también que verificar si no exhibe otras características que de   alguna manera balancean o limitan su dinamismo o le alteran el valor. Veremos   más adelante por qué todos estos detalles revisten singular importancia, del   mismo modo que una manchita en la suela llevaba a Sherlock Holmes a descubrir   dónde pasaba sus vacaciones el asesino.
 // //continuará
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 Marino Milella  Escríbanle a Marino: mmilella@counsnet.com |