Juan   podría decirnos “buenos días” mientras nos echa una mirada de indiferencia.   Podría atisbar una cortés inclinación de la cabeza y callar. O mirarnos con   desconfianza. Podría suspirar con voz baja un “los estaba esperando” y levantar   los ojos hacia el cielo raso. O exclamar, con sonrisa de cien dientes, que se   alegra de conocernos. O darnos la mano con frialdad. O tomarnos del brazo con   calor. Quedarse sentado o pararse. Etcétera. 
            Tal vez   se comporte de manera poco espontánea porque se considera obligado por la   cultura de la empresa. Podría, por ejemplo, mostrarse serio y algo frío porque   cree que aquí no ven con agrado el trato cordial entre jefes y empleados (¡ésta   es una Empresa a la antigua!), mientras, por el contrario, él es un hombre   abierto que nos expresaría enseguida su amistad.O podría de otro modo mostrarse alegre y   simpático porque un líder actualizado - de acuerdo con lo que leyó en el libro   adquirido el lunes en el aeropuerto- tiene que saber seducir y conquistar,   aunque detrás de la sonrisa esconda la gana de hacernos desaparecer  con una varita mágica.   
            ¿Cómo   descubrir la verdad?
            Ante   tantos “podría” casi nos perdimos en la niebla. Pero no es así. 
            Aun en la hipótesis de que   nuestro sujeto supiera fingir magistralmente, es probable que sería suficiente   observarlo con cuidado unos minutos y luego algún gesto, una palabra, un   movimiento nos dirían cuáles son sus verdaderas características. Todavía más, si   descubriésemos que está fingiendo sabríamos ya muchísimo sobre   él.
            No nos   daríamos quizá cuenta de la simulación si el individuo, en lugar de ser un jefe   de oficina en una empresa, fuese un gran actor venido a representar un papel.   Pero no me parece que sea éste un caso común en nuestra vida cotidiana,   especialmente en el trabajo.
            Ha   llegado el momento de ir a conocer a Juan. Abramos los ojos. Ya nos habían   dicho, y ahora confirmamos, que es un tío rápido: le vemos tomar una lapicera de   un golpe, poner una hoja bajo un montón de papeles sin mirar dónde. Nos ha   ofrecido una ritual sonrisa de bienvenida, la ha borrado al instante y ha   empezado a preguntarnos sobre aquéllo de que nos estamos ocupando. Su manera de   hablar es fuerte y clara. Se interrumpe para dar una orden y contestar   brevemente al teléfono, sin formalidad ninguna, y sigue con nosotros como si no   hubiese habido interrupción.
            No   tenemos dudas. Juan, según supusimos, es un D, esto es una personalidad   “Dominante” para nuestra clasificación DISC. Para quienes no la conocieran, algo   parecido a un Extroverso del Myers Briggs, un Extroverso abierto del NEO PI, un   modificador del MIPS, en síntesis una persona activa, decidida e inclinada a   cambiar al mundo a su gusto más que  adaptarse él mismo al mundo. 
            Con   este dato a la mano, si nos tomamos la molestia de reflexionar un momento,   colegiremos con facilidad (y comprobaremos rápidamente con subsiguientes   “observaciones de campo”) cuáles son los métodos de trabajo que Juan prefiere,   cómo le gusta que se hagan las cosas, cómo maneja sus relaciones con los demás.   Cabe tener la seguridad de que:
            1: A Juan no le gusta perder tiempo 
              2: A Juan no le gustan las charlas   improductivas 
              3: A Juan no le gusta dar ni   recibir largas explicaciones
            Podemos   meditar sobre el tema e imaginar qué otras cosas le gustan o no.
            No creo que podamos o queramos   saber, sobre estas bases, si sobre las fresas prefiere limón o crema. Este   conocimiento sería del todo irrelevante para motivarlo en el trabajo. Y en   cualquier otra parte, salvo en la mesa del comedor.
            Por   tanto, si trabajamos con Juan y deseamos llevarnos bien con él, abstengámonos de   proponerle con insistencia lo que no le gusta: no le hagamos perder tiempo, no   lo atosiguemos con preguntas inútiles, no lo obliguemos a repetirse, no le   exijamos largas y monótonas tareas de detalle.
            Si nos   toca ser sus directores cuidemos en particular de no mantenerlo demasiado tiempo   en algo repetitivo y sin sentido de desafío, no aplastarlo con nuestra   personalidad y no respirarle sobre el cuello. Y, sobre todo, no le dejemos   pensar nunca que no le queda ninguna posibilidad de   carrera.
            Si su   escalada fuese a todas luces imposible, tendremos que reconocérselo francamente   y compensarlo con otras ventajas. Pero preparémonos a aceptar que abandone   nuestro barco sin dudarlo a cambio de un puesto más tentador en otro lado,   aunque nos hayamos desangrado para dejarlo contento.
            Si   respetamos estas reglas Juan se sentirá a sus anchas, por tanto bastante   motivado a trabajar con nosotros. 
            Hago a un lado voluntariamehte el hecho que,   por cierto, hay otros requisitos para una motivación adecuada, como ser una   adecuada retribución y un ámbito de trabajo confortable. Sin embargo, con la   misma retribución y en el mismo ámbito, una persona se sentirá más o menos   motivada, según se respeten o no las susodichas reglas. 
            Tal vez   alguien crea que estas sugerencias se podrían, como máximo, poner en práctica   sólo con  un empleado que va a ser   incorporado pero que, en la mayor parte de los casos, el interesado tiene ya su   función asignada y no es cosa de ponerse –ni siquiera pudiendo- a reorganizar la   oficina para satisfacer sus caprichos.
            ¡Equivocado!
            No es   sólo el “qué se debe hacer” sino el “cómo se lo puede hacer” lo que influye   fuertemente en la motivación.
            Imaginemos que desde hace un año trabaja en   nuestra empresa una empleada, también ella D – Juana – quien, tras seguir el   camino impuéstole por su familia de estudiar para contadora, ha sufrido el sino   de caer en la división “contaduría”. Se le ha encargado la tarea, para ella   aburridísima, de controlar las partidas diarias de entradas, salidas y los   movimientos de inventarios. Demos además por sentado que no nos sea posible   hacer otra cosa que mantenerla en esa función.
            En   primer lugar habrá que reconocer que no tuvimos una intuición particularmente   feliz al elegirla para esa tarea, no obstante su título de estudio. No porque   alguien sea contador o perito mercantil debe por fuerza ser una persona   puntillosa y amante de tareas de relojero. Un contador o un perito mercantil   pueden ser mucho más hábiles en imaginar fantásticas evasiones de impuestos o en   convencer un cliente de las ventajas de una inversión que en controlar cuentas o   explicar fórmulas financieras.  
            Sin   embargo, ¡a lo hecho pecho! Contratamos a Juana. ¿Y   entonces?
            Entonces preguntémonos si no podremos, en el   futuro, darle otra asignación. Si la respuesta es “sí”, digámoselo sin demora y   mantengámosle viva la esperanza. Pero ¡cuidado con engañarla o nos   arrepentiremos!
            Podríamos intentar interrumpir la monotonía   de su trabajo con alguna incursión en otras funciones. Como dirían los expertos,   promover un desarrollo “horizontal” (¡job enrichment o lo que fuese!), pero que   no perciba que nos estamos aprovechando de ella para cargarla con más tareas sin   ofrecerle nada concreto a cambio.
            Tras   esto analicemos si le estamos dando espacio o la estamos enfermando con nuestra   continua presencia e incesantes controles. No es que no debamos controlar, pero   hagámoslo sin tanta presión, sin estarle tanto encima. Preguntémonos si no somos   demasiado cargosos en exigir formalidades que no son estrictamente necesarias.   Preguntémonos si no la estamos molestando diez veces por día al pedirle   explicaciones o hacernos ayudar en tareas que requieren una paciencia que ella   no tiene. Preguntémonos si no estamos exagerando en darle órdenes y en el modo   con que se las impartimos, mirándola de arriba abajo. 
            Si   logramos controlar nuestros comportamientos inadecuados limitaremos los daños y,   por cierto, nuestra empleada se sentirá mejor y más motivada a quedarse en la   Empresa y a mejorar relaciones y productividad. 
            Los   lectores, sabios, habrán desde ya concluido que lo aquí descrito significa   motivación. De hecho, como implícito en lo  afirmado inicialmente,   motivar es tratar a cada uno como cada uno prefiere ser tratado 
            Por   cierto no podremos motivar a Juan o Juana en todo y para todo. Habrá siempre   límites objetivos. No podremos ceder enseguida –tal vez ni siquiera después- a   sus deseos de ser el número uno o ser completamente autónomos en las decisiones.   Podremos sin embargo darles una relativa autonomía y no competir con ellos por   asuntos insignificantes que son, en el fondo, sólo juegos de poder personal y   orgullo. Las consecuencias que seguirán a nuestros comportamientos adecuados   serán sin duda considerables. Las personas que se sienten miembros eficientes y   apreciados de un grupo tienden, a su vez, a ocuparse más del bienestar de sus   compañeros y de la empresa que los une.
            Para   concluir quiero agregar –respondiendo a un interrogante de muchos lectores- que   poco importa si el reconocimiento es o no recíproco, si los demás, por su parte,   nos tratarán o no como queremos ser tratados. Los demás no tienen obligación de   conocer técnicas de relación interpersonal; ellos saben mucho mejor que nosotros   cómo se construye una maquinaria, cómo se diseña un puente o se perfora un pozo   de petróleo. Pero nosotros, (pseudo) expertos “en Recursos Humanos” (mejor sería   decir “en personas”), tenemos que conocer estas técnicas, aplicarlas y dar   instrucciones para el uso a quienes deben estar en frecuente contacto laboral   con otros. 
            Este   conocimiento ayudará a que los sujetos involucrados dominen la situación y no   caigan en la trampa de reaccionar emotivamente, con consecuencias catastróficas   para sus propios intereses y, con gran probabilidad, los de sus colaboradores y   de la Empresa.
            Para   ilustrar cómo se pueden acomodar las relaciones tomemos como ejemplo un   empleado, dependiente de Juan, que se presentase ante él para darle prolijas   explicaciones, amenazadoramente armado de un voluminoso cartapacio. Obtendrá   casi con seguridad una respuesta desagradable o, si le fuera mejor, una notable   desatención. A la luz de lo expuesto hasta aquí debería entender que no se trata   de un tema personal, que Juan no lo está maltratando a propósito, que no tiene   una particular tirria hacia él o su corbata, sino que reacciona así porque él lo   está agrediendo en sus preferencias e idiosincrasia al  pretender que se sumerja en detalles por más   de un minuto.      
            En   consecuencia el dependiente debería aprender a no irritarse por las respuestas   que recibe y entender que no hay motivos para sentirse personalmente   despreciado. Así, con un poco de habilidad psicológica, conservará una relación   constructiva, por más que no fraternal, con Juan.
            No hay   dudas de que también Juan debería aprender a tratar a su empleado como éste   desea ser tratado, pero de Juanes ciegos y sordos a las necesidades de quienes   los rodean están repletas nuestras Empresas. Sin embargo no podemos prescindir   de ellos. Son demasiado necesarios. Las Empresas no podrían funcionar sin ellos.   Conjuntamente con los defectos traen muchas virtudes: iniciativa, empuje, garra   y mucho de eso que pone en marcha las actividades de nuestro sistema   económico.
            Por   ende lo importante para sobrevivir sanamente en el diario encuentro requiere   tomarles los tiempos y moverse con discernimiento, evitar en lo posible choques   frontales y darles la medicina que prefieren.
            Pero   recordemos que para comprender cómo son los demás y elegir los comportamientos   para motivarlos (y evitar conflictos) no es suficiente el olfato, por más que   sea agudo y bien desarrollado. Así como hemos señalado algunas  características de un D, queda mucho por decir    respecto de éstas mismas y de las   características de otras personalidades, además de cómo unas y otras pueden   combinarse para crear perfiles complejos.